2009/05/09

De gorilas y cabecitas

Por Osvaldo Bayer

En estos días tomé como costumbre, al atardecer, enfilar hacia la Feria del Libro. Al templo, como cuando, en los años treinta, las viejas del barrio, a las seis de la tarde, se encaminaban a la parroquia a escuchar la bendición. Claro, en medio está la palabra racionalismo, por lo menos para los lectores de Descartes. Pero a la Feria del Libro le cabe la palabra templo, no de lo sagrado, sino del saber, o por lo menos de la búsqueda para buscar luz en las tinieblas. Pero en la plaza Italia me paran unos conocidos y me explican, emocionados, lo que ha ocurrido en la fábrica Pilkington, de capital japonés, en Vicente López, que fabrica cristales para la industria automotriz. Como dejaron a treinta obreros en la calle, los trabajadores, por solidaridad, declararon el paro. Y fueron atacados por sesenta matones que dejaron a obreros heridos, magullados, humillados. Me señalan que la empresa de seguridad que actúa allí está integrada por gente relacionada con la última dictadura militar. Eso es violencia. La pregunta es: ¿por qué no se inicia juicio contra las personas responsables de ese hecho, “aunque” sean empresarios?

Miro el rostro de los obreros, tienen ira y moretones. Los abrazo. Después, no puedo menos que detenerme ante la puerta de la Feria del Libro. Cara y contracara. Los dos aspectos del ser humano que todavía no ha encontrado la paz y la dignidad. Cesantías, patadas y trompadas en la sociedad, pero también libros. ¿Esto tal vez sólo como consuelo? La tristeza de una humanidad que al parecer no aprende. Los poderosos no aprenden ni siquiera de un conservador como Bismarck, que recomendaba tratar bien a los trabajadores “porque si no se vuelven socialistas”.

No, contra el derecho al trabajo –lo primero y básico que hay que asegurar en una sociedad democrática–, el palo, la trompada. Los matones pagos. El hombre sin trabajo... Nos falta un Dostoievsky para que nos describa toda la inmensa tristeza del desocupado. Y de su familia.

Entro a la Feria del Libro. Todo es exultante: los jóvenes, los adultos, los niños y los libros por todos lados. Risas, silencios, diálogos. Gente leyendo.

Aprender, el único camino, me digo. Pero, ¿hasta cuándo? Y busco el lugar que ocupa el “stand” de Tucumán. La provincia tan querida, a la cual llegué cuando sólo tenía cuarenta días de vida y tuve que dejar a los cuatro años. Pero me quedan imágenes. La calle Lamadrid, donde vivíamos; Doña Josefa, la criolla vecina que nos cuidaba a los tres hermanitos y nos hablaba en tucumano. Y los carros con las cañas de azúcar cortada que pasaban todo el día.

Allí estoy ahora, pero en pleno Palermo, en la Feria del Libro, que por esas ironías del destino argentino tiene su sede en la Sociedad Rural, en el pabellón Martínez de Hoz. La imaginación argentina no tiene límites.

La nota imperdible y completa en:

http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-124596-2009-05-09.htmlhref="http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-124596-2009-05-09.html">

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